Enrique Viale es un abogado poderosamente influido por dos mujeres: las sociólogas Maristella Svampa y Norma Giarracca. "Me descolonizaron la cabeza. De no ser por ellas hubiera sido un abogado cuadrado", expresa a Página/12. En el último tramo de su carrera empezó a tener una inclinación hacia lo social y después, más específicamente, hacia la dimensión "socioambiental". Así devino abogado ambientalista, referente en la materia en la Argentina.
En los tribunales enfrentó a Barrick Gold, Monsanto, el grupo IRSA. Recorre el país acompañando luchas contra la megaminería, el agronegocio, el fracking y por la defensa de bosques nativos. Tiene una "obsesión": que, de una vez por todas, la justicia social se hermane a la ambiental. "Los mapas de la pobreza coinciden con los de la degradación ambiental", postula.
Acaba de publicar junto a Svampa el libro El colapso ecológico ya llegó. Una brújula para salir del (mal) desarrollo (Siglo XXI), que en tiempos de pandemia y de incendios en varias provincias del país se vuelve más que oportuno. El colapso abarca cambio climático, extractivismo urbano, agroquímicos, la necesidad de una transición energética y de un nuevo pacto "ecológico, social, económico, intercultural", algunos de los temas sobre los que Viale se explaya en esta entrevista.
--¿Vivíamos en una ficción tranquilizadora que nos convencía de que el colapso ecológico llegaría más tarde?
--En la sociedad hay una negación permanente de lo que significa el colapso. Y hay una cuestión de época, una creencia de que la tecnocracia nos va a salvar, de que va a haber una solución tecnológica para todo. Pero no es así. La naturaleza tiene otros tiempos, otras formas, y si no cambia el mundo, la situación se va a ir agravando. Los mapas de la pobreza coinciden con los de la degradación ambiental. Tenemos a más de la mitad de los pibes en la pobreza. Mucho tiene que ver el colapso ecológico en eso. La pandemia hizo que se profundizara. Mi obsesión es que el modelo productivo pueda encontrar a la justicia social con la ecológica.
--¿Cuáles son los factores centrales del colapso?
--Estamos viviendo un colapso sistémico, encerrados en nuestras casas hace meses, en todo el planeta, por un virus zoonótico, que saltó de animales a humanos como consecuencia de la degradación ambiental, de la destrucción de hábitats silvestres de gran parte de la fauna. Se invisibilizan las causas de la pandemia. Estamos hablando siempre sobre cómo enfrentarla, pero poco hablamos de eso. Sería fundamental. Además, el año pasado vivimos los dantescos incendios en el pulmón del planeta, la Amazonia, y los sufrimos en nuestro país. También las causas se invisibilizan: tienen que ver con los modelos productivos. El agronegocio del Delta del Paraná es responsable, y en Córdoba el extractivismo urbano, el avance de la especulación inmobiliaria, que es la misma matriz. La naturaleza está explotada como nunca antes. Están en riesgo hasta sus funciones vitales. El cambio climático global... hay muchas cosas irreversibles. El contexto nos tiene que hacer reflexionar.
--¿Cuál será el impacto de los incendios?
--La destrucción de cientos de miles de hectáreas de bosques y de humedales que tienen una función ecosistémica incluso en la regulación climática. Son alteraciones que sumadas al cambio climático global hacen un desaguisado que provoca eventos climáticos extremos, como inundaciones y sequías más acentuadas. Lo que hacen unos pocos lo pagamos todos con nuestros territorios y cuerpos.
--¿Cree que todos estos temas se están haciendo más visibles ahora?
--Con Maristella rápidamente salimos a plantear la necesidad de firmar un nuevo pacto ecológico, social, económico, intercultural, entre nosotros y con la naturaleza, buscando las oportunidades que se abren a partir de estas crisis. Como consecuencia de lo acelerado del proceso de degradación, cada vez más personas están interesadas en la cuestión socioambiental y la consideran central. Tengo curiosidad de qué hubiera pasado si la pandema no existía, cuánta gente hubiera estado en la calle en contra del acuerdo porcino con China o los incendios. Hay un paralelismo con el movimiento de mujeres, que un día hizo un clic y se masificó. Hay un empoderamiento muy grande de los y las jóvenes. Hace apenas diez meses ocurrió el "Mendozazo" (el triunfo del pueblo mendocino contra la megaminería contaminante).
--Esa fue una movilización exitosa. ¿Hay espacio para que otros debates socioambientales deriven en acciones concretas?
--Es complejo, hay que vencer el concepto de las "commodities", esa creencia de que América latina es exportadora de naturaleza como si fuese su destino y no una decisión geopolítica. ¿Quién puede discutir en Argentina Vaca Muerta? ¿Quién puede discutir el modelo sojero, de agronegocios? Parecieran intocables. Esto está basado en la visión "eldoradista" que tenemos en América latina.
--¿Qué es la visión "eldoradista"?
--La ilusión desarrolista mágica, de un descubrimiento repentino; vinculada a la historia de Eldorado, esa ciudad que en realidad no existía y que mantuvo en vilo a los conquistadores que venían detrás de esa riqueza. Está en el imaginario del latinoamericano. "Vaca Muerta nos va a salvar." Si no es Vaca Muerta es el convenio con China. Confrontar con eso no es fácil: es pelear el sentido común. El agronegocio lo ganó: le hicieron creer a la sociedad que la única agricultura posible es el paquete tecnológico de transgénicos, con agroquímicos, a pesar de que está autorizado en nuestro país hace 24 años nada más, y la agricultura tiene 10 mil años. Generar alimentos con veneno debería ser un escándalo y no pasa nada. Pero (a los ambientalistas) ya no nos invisibilizan ni ridiculizan más. Estamos disputando el sentido común, en un momento de crisis como ahora.
--En el libro, enlazada a la idea "eldoradista" está la del "progresismo selectivo". ¿La lucha socioambiental está por fuera del sistema de partidos políticos?
--"Progresismo selectivo" es un concepto de Darío Aranda: hay gobiernos que tienen una política impresionante de derechos humanos, de vanguardia, incluso a nivel mundial. Que luchan norte-sur, contra el imperalismo, pero en términos de extractivismo la situación es totalmente distinta. Se pacta con Barrick Gold en San Juan, con Monsanto para que instale una planta o con las grandes corporaciones que el progresismo ha siempre cuestionado. La vanguardia en esta disputa de sentidos no está viniendo de los partidos. Miran de atrás, por eso no es casual que el otro día por primera vez Cristina Kirchner tuiteara por un cuestión ambiental, por el Acuerdo de Escazú, o que Máximo Kirchner haya hablado de la juventud. Los partidos están viendo que hay una masa muy grande de jóvenes que ponen su rebeldía en la lucha climática y etcétera. Antes quizás la ponían en partidos. Están los peligros de la posibilidad de cooptación. Hay que encontrar límites para eso. Pero es importante influir en los partidos y la política, para cambiar políticas públicas y modelos de mal desarrollo.
--¿En el sentido común persiste una dicotomía entre la dimensión ecológica y la social, o entre ambiente y desarrollo?
--En Argentina no hay ningún enfrentamiento entre ambiente y desarrollo. No es que la mitad de los pibes son pobres porque hay regulaciones ambientales fuertes. Por el contrario, hay libertad absoluta. El agronegocio hace lo que quiere, como el fracking en la Patagonia o la megaminería en la Cordillera. Nuestra riqueza, de alguna manera, genera nuestra propia pobreza. Para salir de eso, el plan que nos proponen es más de lo que nos trajo hasta aquí: más megaminería, fracking, agronegocios. ¿No será el momento de repensar los modelos productivos? ¿No es la historia de América latina y Africa una historia de saqueo y contaminación? Una cosa no va sin la otra. Estos modelos de desarrollo generan desigualdad social y territorios devastados. El modelo de agronegocios en la Argentina expulsó a cientos de miles de personas del campo a la ciudad. Este es uno de los países más urbanizados del mundo: 93 por ciento de los argentinos vive en ciudades; el promedio mundial es 54 por ciento. En América latina, 84.
--Desde la vereda opuesta se suele argumentar que la Argentina depende de los dólares que se obtienen de las actividades que cuestionás, más en el marco de una crisis...
--Es la disputa que necesitamos dar. Pareciera que la crisis genera la excusa para cualquier cosa: "Está bien lo ambiental, dejame verlo, pero ahora no es momento." Hay que salir de todo esto de manera transicional, pero no podemos profundizar lo que nos trajo hasta acá.
--¿Cómo se imagina a la Argentina sobreviviendo y funcionando económicamente por fuera de las ilusiones "eldoradistas"?
--El planteo de un nuevo acuerdo social lejos está de ser verde solamente. Empieza con el ingreso universal ciudadano. El segundo punto es una reforma tributaria, con el impuesto a las grandes fortunas y la recuperación del impuesto a la herencia que sacó Martínez de Hoz con Videla. A la vez, una transformación socioecológica radical. Empezar el camino sin pausa. La trasformación del sistema energético puede traer muchos puestos de trabajo: necesitamos una YPF del siglo XXI, con la impronta que tenía YPF a comienzos del siglo XX, que desarrolló ciudades, cuando los combustibles fósiles no eran una amenaza para el planeta, que generó desarrollo real en la Patagonia y el norte argentino. En la Patagonia tenemos los mejores vientos del mundo para generar energía eólica; en el norte argentino, el mejor sol para energía solar. Con un Estado atrás y esa impronta se pondrían fundar pueblos. Hay que empezar la reconversión de los trabajadores petroleros y de las ciudades. Con Maristella plantemos la vuelta al campo. Hay que repoblar la Argentina, generar condiciones de arraigo en las pequeñas y medianas localidades rurales y semirurales. Tenemos que empezar un camino hacia la agroecología, una agricultura con agricultores, que genere alimentos y no solamente forraje para exportación. En Tapalqué, a más de 200 kilómetros de la Ciudad, el intendente hizo un acuerdo con la Unión de Trabajadores de la Tierra para generar colonias para producir alimentos. Tapalqué, en plena pampa húmeda, donde el alimento crece solo, le estaba comprando al Mercado Central. Eso tenemos que empezar a hacer. Generar, además, buenas condiciones de ocio, recreación, una mejor educación, para que la gente no tenga que migrar a las grandes ciudades, que son insustentables. Todo este proceso generaría trabajo y garantizaría alimentos sanos, seguros, baratos. Tenemos que hacer la transición. No queda otra, por el cambio climático.
--¿Horacio Rodríguez Larreta sería uno de los exponentes del extractivismo urbano?
--Los últimos 15 años de la Ciudad son el paradigma. Se entregaron más de 500 hectáreas de tierras públicas a la especulación inmobiliaria. Es una ciudad planificada en base a la especulación. En las ciudades no hay minerales, no hay oro; lo que hay es tierra pública. Las grandes corporaciones inmobiliarias tienen la misma lógica que Barrick Gold. El grupo IRSA es a las ciudades lo que Monsanto es al campo o lo que Barrick Gold es a la Cordillera. En la ciudad de Buenos Aires en los últimos 15 años se construyeron más de 20 millones de metros cuadrados de inmuebles. En el mismo período, creció el 50 por ciento de la población que vive en las villas. No creció la cantidad de habitantes: se mantuvo en 3 millones. ¿Para quién se construye y para qué? El inmueble pasó de ser un bien de uso a un bien de cambio. No es una commodity, pero tiene todas las características.
--El Presidente presentó un plan ambiental, existe un proyecto para proteger a los ecosistemas de los incendios, se debate la Ley de Humedales. ¿Cómo evalúa estas iniciativas?
--Es bastante contradictorio. El mismo día en que Máximo (Kirchner) presenta el proyecto de incendios, el Gobierno le baja las retenciones al agronegocio, el causante de los incendios. Está bien tener una ley de educación ambiental, pero necesitamos más que eso. Pensar en los modelos productivos y no está pasando. Se acaba de aprobar el primer trigo transgénico del planeta. No hay país del mundo que haya aprobado trigo, pan transgénico. Es un déjà vu de lo que fueron los noventa con la soja. Seguimos siendo un lugar de experimento masivo. No hay lugar en el mundo que tenga ocupado su territorio, porcentualmente, con soja transgénica como Argentina, o que aplique tantos agroquímicos en su territorio por persona.
--"La Argentina ostenta el triste récord de ser el mayor aplicador de glifosato por persona del mundo (más de 350 millones de litros por año)", precisa el libro. ¿Cuánto sabemos del daño que nos hizo? Se suele subrayar la falta de estadísticas oficiales al respecto.
--No las hay, ni siquiera de cuántos litros de agroquímicos se aplican en nuestro país. Tenemos siempre que buscarlas en forma indirecta. Hay cientos de estudios hechos por investigadores del Conicet y de todo el mundo, acerca de lo que los agroquímicos hacen en la salud humana y los ecosistemas, pero pareciera que no se puede hablar, que es un tema tabú, oculto. Todos tenemos glifosato en nuestros cuerpos. Yo me lo medí, lo tengo. Está en el aire, en la lluvia, en los ríos. En el lecho del río Paraná hay más que en un campo de soja. A los pueblos fumigados directamente se lo tiran en la cabeza. Está en nuestros alimentos, las frutas, las verduras.
--¿Hay conciencia en la Argentina sobre el cambio climático?
--No está instalado como en otros países, donde es un tema central. En el primer debate de presidentes norteamericanos fue uno de los grandes temas. En Europa es central. En Argentina no, por varias razones. Se instaló la idea del cambio climático casi como una excusa. Pasaba con Macri. Había una inundación o una sequía, y la excusa era el cambio climático. Es como una toma de judo: algo que generaron ellos mismos lo terminan usando como excusa. Dicen que "los responsables somos todos" y de esa manera absuelven a los verdaderos responsables. A nivel mundial 100 empresas son responsables del 70 por ciento de los gases de efecto invernadero. Estados Unidos, que tiene al 4 por ciento de la población mundial, emite el veintipico por ciento de los gases de efecto invernadero. La deuda norte-sur. Hay un ambientalismo popular y uno superficial que el sistema trata de imponer. Para este último, si te lavás los dientes y cerrás el grifo, o separás la basura, es suficiente. Sólo con un cambio individual sería posible el cambio. La verdad que no es posible. Si no se confronta con los modelos de desarrollo, el cambio climático continuará de la misma manera o peor.
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